Santa Clara, devotísima discípula de la Santa Cruz de Cristo y noble retoño de meser San Francisco, era de tanta santidad que, no solamente los Obispos y Cardenales, sino también el Papa deseaba con grande ahínco verla y oirla, y frecuentes veces la saludaba personalmente.

Responde el Padre Santo:
"Hermana Clara fidelísima, quiero que seas tú quien bendiga este pan y hagas sobre él el signo de la Santa Cruz de Dios, a la cual te has dado por entero."
Y Santa Clara dice:
"Santísimo Padre, perdonadme,que yo sería merecedora de muy grande reprensión si ante el Vicario de Dios, yo, que soy una pobre mujer, presumiese de hacer tal bendición."
Y el Papa le responde:
"A fin de que ello no sea creído presunción, sino mérito de obediencia, te mando por Santa Obediencia que hagas sobre este pan el signo de la Santa Cruz y le bendigas en el Nombre de Dios."

Y el Padre Santo, visto que hubo el milagro, tomando de dicho pan y dando gracias a Dios, partióse, dejando a Santa Clara con su bendición.
En aquel tiempo, moraba en aquel Monasterio sor Ortalana, madre de Santa Clara, y sor Inés, si hermana; ambas, juntamente con Santa Clara, llenas de virtud y de Espíritu Santo, y con otras muchas santas monjas. A las cuales San Francisco enviaba muchos enfermos, y ellas, con sus oraciones y con el signo de la Santa Cruz, a todos devolvían la salud.
En alabanza de Cristo. Amén.