domingo, 27 de noviembre de 2011

Cómo San Francisco enseñó al Hermano León en qué consistía la Perfecta Alegría

Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Angeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante, y le habló así:

-- ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta.

Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco segunda vez:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no es ésa la alegría perfecta.

Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte:

-- ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó fuerte:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alegría perfecta.

Así fue continuando por espacio de dos millas. Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó:

-- Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta.

Y San Francisco le respondió:

-- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!» Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta.

-- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6,14).

A Él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

domingo, 16 de octubre de 2011

San Antonio y La Mula

Predicaba San Antonio de Padua en Rímini (Italia). Allí los herejes patarinos habían desfigurado el dogma de la presencia real, reduciendo la Eucaristía a una simple cena conmemorativa.


Antonio, en su predicación, ilustró plenamente la realidad de la presencia de Jesús en la Hostia Santa. Mas los jefes de la herejía no aceptaban las razones del Santo e intentaban rebatir sus argumentos. Entre ellos, Bonvillo, que era el principal y se hacía el sabiondo, le dijo:

 -Menos palabras; si quieres que yo crea en ese misterio, has de hacer el siguiente milagro: Yo tengo una mula; la tendré sin comer por tres días continuos, pasados los cuales nos presentaremos juntos ante ella: yo con el pienso, y tú con tu sacramento. Si la mula, sin cuidarse del pienso, se arrodilla y adora ese tu Pan, entonces también lo adoraré yo.

Aceptó el Santo la prueba y se retiró a implorar el auxilio de Dios con oraciones, ayunos y penitencias.

Durante tres días privó el hereje a su mula de todo pienso y luego la sacó a la plaza pública. Al mismo tiempo, por el lado opuesto de la plaza, entraba en ella San Antonio, llevando en sus manos una Custodia con el Cuerpo de Cristo; todo ello ante una multitud de personas ansiosas de conocer el resultado de aquel extraordinario compromiso contraído por el santo franciscano.

Encaróse entonces el Santo con el hambriento animal, y, hablando con él, le dijo:

-En nombre de aquel Señor a quien yo, aunque indigno, tengo en mis manos, te mando que vengas luego a hacer reverencia a tu Creador, para que la malicia de los herejes se confunda y todos entiendan la verdad de este altísimo sacramento, que los sacerdotes tratamos en el altar, y que todas las criaturas están sujetas a su Creador.
Mientras decía el Santo estas palabras, el hereje echaba cebada a la mula para que comiese; pero la mula, sin hacer caso de la comida avanzó pausadamente, como si hubiese tenido uso de razón, y, doblando respetuosamente las rodillas ante el Santo que mantenía levantada la Sagrada Hostia, permaneció en esta postura hasta que San Antonio le concedió licencia para que se levantara. Bonvillo cumplió su promesa y se convirtió de todo corazón a la fe católica; los herejes se retractaron de sus errores, y San Antonio, después de dar la bendición con el Santísimo en medio de una tempestad de vítores y aplausos, condujo la Hostia procesionalmente y en triunfo a la iglesia, donde se dieron gracias a Dios por el estupendo portento y conversión de tantos herejes.

 En Alabanza de Cristo. Amén.

martes, 4 de octubre de 2011

"Cómo un niño quiso saber lo que hacía San Francisco de noche"

Un niño muy puro e inocente fue admitido en la Orden cuando aún vivía San Francisco; y estaba en un eremitorio pequeño, en el cual los hermanos, por necesidad, dormían en el suelo. Fue una vez San Francisco a ese eremitorio; y a la tarde, después de rezar completas, se acostó a fin de poder levantarse a hacer oración por la noche mientras dormían los demás, según tenía de costumbre.

Este niño se propuso espiar con atención lo que hacía San Francisco, para conocer su santidad, y de modo especial le intrigaba lo que hacía cuando se levantaba por la noche. Y para que el sueño no se lo impidiese, se echó a dormir al lado de San Francisco y ató su cordón al de San Francisco, a fin de poder sentir cuando se levantaba; San Francisco no se dio cuenta de nada. De noche, durante el primer sueño, cuando todos los hermanos dormían, San Francisco se levantó, y, al notar que el cordón estaba atado, lo soltó tan suavemente, que el niño no se dio cuenta; fue al bosque, que estaba próximo al eremitorio; entró en una celdita que había allí y se puso en oración.

Al poco rato despertó el niño, y, al ver el cordón desatado y que San Francisco se había marchado, se levantó también él y fue en su busca; hallando abierta la puerta que daba al bosque, pensó que San Francisco habría ido allá, y se adentró en el bosque. Al llegar cerca del sitio donde estaba orando San Francisco, comenzó a oír una animada conversación; se aproximó más para entender lo que oía, y vio una luz admirable que envolvía a San Francisco; dentro de esa luz vio a Jesús, a la Virgen María, a San Juan el Bautista y al Evangelista, y una gran multitud de ángeles, que estaban hablando con San Francisco. Al ver y oír esto, el niño cayó en tierra desvanecido.

Cuando terminó el misterio de aquella santa aparición, volviendo al eremitorio, San Francisco tropezó con los pies en el niño, que yacía en el camino como muerto, y, lleno de compasión, lo tomó en brazos y lo llevó a la cama, como hace el buen pastor con su ovejita.

Pero, al saber después, de su boca, que había visto aquella visión, le mandó no decirla jamás mientras él estuviera en vida. Este niño fue creciendo grandemente en la gracia de Dios y devoción de San Francisco y llegó a ser un religioso eminente en la Orden; sólo después de la muerte de San Francisco descubrió aquella visión a los hermanos.

En alabanza de Cristo. Amén.

domingo, 1 de mayo de 2011

Cómo, estando gravemente enferma Santa Clara, fue transportada milagrosamente, en la noche de Navidad, a la iglesia de San Francisco

 

dibfra10Hallándose una vez Santa Clara gravemente enferma, hasta el punto de no poder ir a la iglesia para rezar el oficio con las demás monjas, llegó la solemnidad de la natividad de Cristo. Todas las demás fueron a los maitines, quedando ella sola en la cama, pesarosa de no poder ir con ellas y tener aquel consuelo espiritual. Pero Jesucristo, su esposo, no quiso dejarla sin aquel consuelo la hizo transportar milagrosamente a la iglesia de San Francisco y asistir a todo el oficio de los maitines y de la misa de media noche, y además pudo recibir la sagrada comunión; después fue llevada de nuevo a su cama.

Las monjas, terminado el oficio en San Damián, fueron a ver a Santa Clara y le dijeron: ¡Ay madre nuestra, sor Clara! cuánto consuelo hemos tenido en esta santa noche de Navidad! Pluguiera a Dios que hubieras estado con nosotras. Y Santa Clara respondió:

Yo doy gracias y alabanzas a mi Señor Jesucristo bendito, hermanas e hijas mías amadísimas, porque heSta Clara 1tenido la dicha de asistir, con gran consuelo de mi alma, a toda la función de esta noche santa y ha sido mayor que la que habéis tenido vosotras; por intercesión de mi padre San Francisco y por la gracia de mi Señor Jesucristo, me he hallado presente en la iglesia de mi padre San Francisco, y he oído con mis oídos espirituales y corporales todo el canto y la música del órgano, y hasta he recibido la sagrada comunión. Alegraos, pues, y dad gracias a Dios por esta gracia tan grande que me ha hecho. Amén.”

miércoles, 20 de abril de 2011

Cómo San Francisco pasó una cuaresma en una isla del lago de Perusa con sólo medio panecillo

            Verdadero siervo de Dios San Francisco, ya que en ciertas cosas fue como un segundo Cristo dado al mundo para la salvación de los pueblos, quiso Dios Padre hacerlo, en muchos aspectos de su vida, conforme y semejante a su Hijo Jesucristo, como aparece en el venerable colegio de los doce compañeros, y en el admirable misterio de las sagradas llagas, y en el ayuno continuo de la santa cuaresma, que realizó de la manera siguiente:
            Hallándose en cierta ocasión San Francisco, el último día de carnaval, junto al lago de Perusa en casa de un devoto suyo, donde había pasado la noche, sintió la inspiración de Dios de ir a pasar la cuaresma en una isla de dicho lago. Rogó, pues, San Francisco a este devoto suyo, por amor de Cristo, que le llevase en su barca a una isla del lago totalmente deshabitada y que lo hiciese en la noche del miércoles de ceniza, sin que nadie se diese cuenta. Así lo hizo puntualmente el hombre por la gran devoción que profesaba a San Francisco, y le llevó á dicha isla. San Francisco no llevó consigo más que dos panecillos. Llegados a la isla, al dejarlo el amigo para volverse a casa, San Francisco le pidió encarecidamente que no descubriese a nadie su paradero y que no volviese a recogerlo hasta el día del jueves santo. Y con esto partió, quedando solo San Francisco.
            Como no había allí habitación alguna donde guarecerse, se adentró en una espesura muy tupida, donde las zarzas y los arbustos formaban una especie de cabaña, a modo de camada; y en este sitio se puso a orar y a contemplar las cosas celestiales. Allí se estuvo toda la cuaresma sin comer otra cosa que la mitad de uno de aquellos panecillos, como pudo comprobar el día de jueves santo aquel mismo amigo al ir a recogerlo; de los dos panes halló uno entero y la mitad del otro. Se cree que San Francisco lo comió por respeto al ayuno de Cristo bendito, que ayunó cuarenta días y cuarenta noches, sin tomar alimento alguno material. Así, comiendo aquel medio pan, alejó de sí el veneno de la vanagloria, y ayunó, a ejemplo de Cristo, cuarenta días y cuarenta noches.
            Más tarde, en aquel lugar donde San Francisco había hecho tan admirable abstinencia, Dios realizó, por sus méritos, muchos milagros, por lo cual la gente comenzó a construir casas y a vivir allí. En poco tiempo se formó una aldea buena y grande. Allí hay un convento de los hermanos que se llama el convento de la Isla. Todavía hoy los hombres y las mujeres de esa aldea veneran con gran devoción aquel lugar en que San Francisco pasó dicha cuaresma. En alabanza de Cristo bendito. Amén.

domingo, 10 de abril de 2011

Cómo el hermano Bernardo fue a Bolonia y fundó allí un lugar

Puesto que San Francisco y sus compañeros habían sido llamados y elegidos por Dios para llevar la cruz de Cristo en el corazón y en las obras y para predicarla con la lengua, parecían, y lo eran, hombres crucificados en la manera de vestir, en la austeridad de vida y en sus acciones y obras; de ahí que deseaban más soportar humillaciones y oprobios por el amor de Cristo que recibir honores del mundo, muestras de respeto y alabanzas vanas; por el contrario, se alegraban de las injurias y se entristecían con los honores. Y así iban por el mundo como peregrinos y forasteros, no llevando consigo sino a Cristo crucificado. Y, puesto que eran verdaderos sarmientos de la verdadera vid, Jesucristo, producían copiosos y excelentes frutos en las almas que ganaban para Dios.

Sucedió en los comienzos de la Orden que San Francisco envió al hermano Bernardo a Bolonia con el fin de que, según la gracia que Dios le había dado, lograse allí frutos para Dios. El hermano Bernardo, haciendo la señal de la cruz, se puso en camino con el mérito de la santa obediencia y llegó a Bolonia. Al verle los muchachos con el hábito raído y basto, se burlaban de él y le injuriaban, como se hace con un loco; y el hermano Bernardo todo lo soportaba con paciencia y alegría por amor de Cristo. Más aún, para recibir más escarnios, fue a colocarse de intento en la plaza de la ciudad. Cuando se hubo sentado, se agolparon en derredor suyo muchos chicuelos y mayores; unos le tiraban del capucho hacia atrás, otros hacia adelante; quién le echaba polvo, quién le arrojaba piedras; éste lo empujaba de un lado, éste del otro. Y el hermano Bernardo, inalterable en el ánimo y en la paciencia, con rostro alegre, ni se quejaba ni se inmutaba. Y durante varios días volvió al mismo lugar para soportar semejantes cosas.

Y como la paciencia es obra de perfección y prueba de la virtud, no pasó inadvertida a un sabio doctor en leyes toda esa constancia y virtud del hermano Bernardo, cuya serenidad no pudo alterar ninguna molestia ni injuria; y dijo entre sí:
-- Imposible que este hombre no sea un santo.

Y, acercándose a él, le preguntó:
-- ¿Quién eres tú y por qué has venido aquí?

El hermano Bernardo, por toda respuesta, metió la mano en el seno, sacó la Regla de San Francisco y se la dio para que la leyese. Cuando la hubo leído, considerando aquel grandísimo ideal de perfección, se volvió a sus acompañantes lleno de estupor y admiración y dijo:

-- Verdaderamente éste es el más alto estado de religión que he oído jamás. Este hombre y sus compañeros son las personas más santas de este mundo, y obra muy mal quien le injuria, siendo así que merece ser sumamente honrado, porque es un verdadero amigo de Dios.
Y dijo al hermano Bernardo:

-- Si tenéis intención de asentaros en un lugar donde poder servir a Dios a vuestro gusto, yo os lo daría de buen grado por la salud de mi alma.

-- Señor -respondió el hermano Bernardo-, yo creo que esto os lo ha inspirado nuestro Señor Jesucristo; por lo tanto, acepto gustosamente vuestro ofrecimiento a honor de Cristo.
Entonces, dicho juez, con gran alegría y caridad, llevó al hermano Bernardo a su casa y después le donó el lugar que le había prometido; todo lo acomodó y completó a su costa; y en adelante se hizo padre y defensor especial del hermano Bernardo y de sus compañeros.

El hermano Bernardo comenzó a ser muy honrado de la gente por su vida santa; en tal grado, que se tenía por feliz quien podía tocarle o verle. Pero él, verdadero y humilde discípulo de Cristo y del humilde Francisco, temió que la honra del mundo viniera a turbar la paz y la salud de su alma, y un buen día se marchó, y, volviendo donde San Francisco, le dijo:

-- Padre, ya está hecha la fundación en Bolonia. Manda allá otros hermanos que la mantengan y habiten, porque yo no tenía ya allí ganancia; al contrario, por causa de la demasiada honra que me daban, temía perder más de lo que ganaba.

Entonces, San Francisco, al oír al por menor todo cuanto Dios había obrado por medio del hermano Bernardo, dio gracias a Dios, que de ese modo comenzaba a acrecentar a los pobrecillos discípulos de la cruz. Y luego envió a algunos de sus compañeros a Bolonia y a Lombardía, los cuales fundaron muchos lugares en diversas partes.

En alabanza y reverencia del buen Jesús. Amén.

miércoles, 2 de febrero de 2011

De cómo Santa Clara, por obediencia al Papa, signó la mesa, y de cómo sobre cada uno de los panes apareció la Santa Cruz incrustada por milagro de Dios.

Santa Clara, devotísima discípula de la Santa Cruz de Cristo y noble retoño de meser San Francisco, era de tanta santidad que, no solamente los Obispos y Cardenales, sino también el Papa deseaba con grande ahínco verla y oirla, y frecuentes veces la saludaba personalmente.

Una de las veces fué al Monasterio de ella para oirle hablar de las cosas celestiales y divinas, y estando así reunidos en divinos razonamientos, Santa Clara hizo preparar las mesas, y en tanto puso el pan para que el Padre Santo lo bendijera. De aquí que, concluído el razonamiento espiritual, Santa Clara, arrodillándose con grande reverencia, le ruega que le plazca bendecir el pan puesto en la mesa.

Responde el Padre Santo:
"Hermana Clara fidelísima, quiero que seas tú quien bendiga este pan y hagas sobre él el signo de la Santa Cruz de Dios, a la cual te has dado por entero."

Y Santa Clara dice:
"Santísimo Padre, perdonadme,que yo sería merecedora de muy grande reprensión si ante el Vicario de Dios, yo, que soy una pobre mujer, presumiese de hacer tal bendición."

Y el Papa le responde:
"A fin de que ello no sea creído presunción, sino mérito de obediencia, te mando por Santa Obediencia que hagas sobre este pan el signo de la Santa Cruz y le bendigas en el Nombre de Dios."

Entonces Santa Clara, como verdadera hija de la obediencia, bendijo aquellos panes devotísimamente con el signo de la Santa Cruz. ¡Admirable cosa! De pronto, en todos los panes apareció el signo de la Santa Cruz bellamente incrustado. Y entonces parte de aquellos panes se comieron y parte fueron reservados por el milagro.

Y el Padre Santo, visto que hubo el milagro, tomando de dicho pan y dando gracias a Dios, partióse, dejando a Santa Clara con su bendición.

En aquel tiempo, moraba en aquel Monasterio sor Ortalana, madre de Santa Clara, y sor Inés, si hermana; ambas, juntamente con Santa Clara, llenas de virtud y de Espíritu Santo, y con otras muchas santas monjas. A las cuales San Francisco enviaba muchos enfermos, y ellas, con sus oraciones y con el signo de la Santa Cruz, a todos devolvían la salud.

En alabanza de Cristo. Amén.

viernes, 28 de enero de 2011

"San Antonio y el milagro de los Peces."

Queriendo, Cristo bendito, demostrar la gran santidad de su fidelísimo siervo San Antonio de Padua, y cómo devotamente habían de escuchar su predicación y santa doctrina los animales irracionales, una vez, entre otras, castigó por medio de los peces la estupidez de los infieles y herejes, de la misma manera que antiguamente, en el Viejo Testamento, por boca de la burra, había reprendido la ignorancia de Balaam.
De aqúí que estando una vez, San Antonio, en Rímini, donde había gran multitud de herejes, queriéndoles reducir a la luz de la verdadera fe y al camino de la Verdad, predicóles mucho y discutió con ellos de la fe de Cristo y de la Santa Escritura.

Pero aquéllos, no solamente no asintieron a sus santos razonamientos, más aún, endurecidos y obstinados, no quisieron ni oirle siquiera.

De aquí que San Antonio un día, por divina inspiración, fuese a la orilla del mar, a la boca del río. Y estándose en la ribera, entre el mar y el río, empezó a decir a modo de sermón, de parte de Dios, a los peces:

-"Oíd la Palabra de Dios, peces del mar y del río, pues que los infieles herejes la rehusan."- 

Y dicho que hubo así, vínose hacia él, a la orilla del mar, tanta multitud de peces grandes, pequeños y medianos, que nunca jamás vióse en todo aquel mar, ni en aquel río, una tan grande multitud. Y todos sacaron la cabeza fuera del agua y estaban atentos con grandísima paz y mansedumbre y orden. Pues que delante y más próximos a la ribera estaban los peces más pequeños, y después estaban los medianos; y luego, donde el agua era más profunda, estaban los peces mayores.

Y estando, pues, los peces alojados en tal orden y disposición, San Antonio comenzó a predicarles solemnemente, diciendo así:

-"Hermanos peces, muy obligados estáis, dentro de vuestra posibilidad, a dar gracias a nuestro Creador, el cual os ha dado tan noble elemento para habitación; de tal manera que a gusto vuestro tenéis el agua dulce y salada, y os ha dado muchos refugios para refugiaros contra las tempestades; os ha dado también elemento claro y transparente, y alimento para que podáis vivir. Dios, vuestro Creador, cortés y benigno, cuando os creó os mandó crecer y multiplicaros, y os dió su bendición. Luego, cuando fue el diluvio universal, muriendo todos los demás animales, a vosotros solos reservó Dios sin daño alguno. Además os ha dado aletas para que podáis andar por donde os plazca; a vosotros os fue concedido el conservar a Jonás, profeta, y al tercer día echarlo a tierra sano y salvo. Vosotros ofrecisteis el censo a Nuestro Señor Jesucristo, que él, como pobre, no tenía con qué pagar. Fuisteis alimento del eterno Rey Jesucristo antes y después de la Resurrección por singular misterio. Por todas las cuales cosas estáis muy obligados a alabar y bendecir a Dios, que os ha dado más beneficios que a las demás creaturas.

A estas y semejantes palabras y avisos de San Antonio comenzaron los peces a abrir la boca e inclinar la cabeza. Y con estos y otros signos de reverencia, según la manera posible para ellos, alababan a Dios.

Entonces San Antonio, viendo tanta reverencia de los peces hacia Dios creada, alegróse en espíritu y dijo en alta voz:

-"Bendito sea Dios eterno, porque más le honran los peces que no los hombres herejes, y mejor oyen su palabra los animales irracionales que los hombres infieles."-

Y cuanto más predicaba San Antonio, más crecía la multitud de peces, y ninguno se marchaba del puesto que había tomado. Ante este milagro, fue corriendo el pueblo de la ciudad, entre los cuales entraron también los herejes susodichos, quienes, viendo el milagro tan maravillosos y manifiesto, dolidos en su corazón, echáronse todos a los pies del Santo para oir su palabra. Y San Antonio comenzó a predicar la fe Católica, y tan noblemente predicó, que convirtió a todos aquellos herejes, y los fieles quedaron con grande alegría confortados y fortificados en la santa fe.

Y hecho esto, San Antonio licenció a los peces con la bendición de Dios, y todos se marcharon con maravillosos movimientos de alegría, e igualmente el pueblo.

Después, San Antonio permaneció en Rímini muchos días predicando y recogiendo mucho fruto espiritual de almas.

En alabanza de Cristo. Amén.


jueves, 27 de enero de 2011

"Sobre cómo Dios le habló a Francisco en Espoleto..."

La vida de caballero, le atraía a Francisco. Él vivió en el tiempo de las cruzadas, de los torneos, de las canciones de gesta. ¿Podría llegar él, a ser caballero?


El momento histórico era propicio para sus aspiraciónes. Corrían tiempos de intensa hostilidad entre el Papado y el Imperio Germano, para anexionarse el reino de Sicilia. Y en el final de 1204, vibraba Italia, de euforia bélica. Deseaban terminar de una vez con las ambiciones germanas sobre la isla de Sicilia.


La guerra tomó carácter de cruzada. En todas las ciudades se reclutaban jóvenes que querían defender las tropas del Papa. Este ideal sagrado, prendió también en Asis. Un  gentil hombre Asisiense, llamado Gentile, tomó la iniciativa y preparó una pequeña expedición militar, con lo mejor de la juventud asisiense.


La nobleza de la causa, y la posibilidad de ser armado caballero; despertaron en Francisco sus sueños caballerezcos, y a sus veinticinco años, decidió enlistarse. Pensó que era su gran oportunidad y quería aprovecharla. Quería ir a la guerra, y con la ayuda de Dios, ser armado caballero.


Se preparó, entonces, como el sabía hacerlo cuando quería. Dinero no le faltaba, y le sobraba ambición; así que se equipó magnificamente. Se compró el mejor caballo con su equipo de hierro. A un caballero como él, no le podía faltar un buen escudero, también con su caballo y armas. 


Su padre, lo dejó gastar; puesto que él veía también la oportunidad de alcanzar el título de nobleza que tanto deseaba para su familia. Por el contrario, su madre sufría por su partida. Le parecía que Francisco era demasiado delicado para estar metido en el peligro y en la dureza de la guerra.


Estaba Francisco satisfecho y con grandes ilusiones. Le parecía que todo resutaría fácil y volvería lleno de gloria.(...)


Llegó el día de la partida. Se despidió de sus padres, y en medio de una gran emoción, la pequeña y brillante expedición militar, emprendió la marcha. Al caer la tarde, la expedión llegó a Espoleto, y allí pasaron la noche.


Francisco se sentía débil. La primera jornada, cargado de hierro, no le había sido fácil. Su salud no era vigorosa. A todo esto se unían las emociones de los últimos días: Las dolorosas despedidas, el futuro incierto. Necesitaba descansar. 


Aquella noche, creyó escuchar cláramente una voz que le dijo: "¡Fancisco! ¿A dónde vas?". Él contestó: "A la Puya, a pelear por el Papa". Francisco le explicó con detalle sus planes, sus esperanzas, sus ambiciones de gloria. Al terminar de hablar, la voz le volvió a decir: "Dime: ¿a quién es mejor servir: Al Señor o al criado?". Su respuesta fue inmediata: "Al Señor, por supuesto". A lo que la voz le dijo: "¿Por qué entonces abandonas al Señor por el siervo?"


Al igual que el apóstol Pablo, Francisco se sintió repentinamente iluminado por dentro, pues nunca había escuhado la palabra 'Señor' con aquél acento. Lleno de humildad contestó: "Señor, ¿qué quieres que haga?". Y recibió la respuesta: "Vuelve a tu ciudad, allí conocerás mis planes."


Esta noche en Espoleto es crucial, determinante en la vida de Francisco. Francisco no podía apartar su pensamiento de las palabras que había escuchado, y que para él, estaban llenas de misterio. Se sentía libre, nada le importaba, sólo su Señor.


En alabanza de Cristo. Amén.



miércoles, 26 de enero de 2011

"Los Primeros Doce Compañeros de San Francisco."

Primeramente se ha de considerar que el glorioso messer San Francisco, en todos los hechos de su vida, fue conforme a Cristo bendito; porque lo mismo que Cristo en el comienzo de su predicación escogió doce apóstoles, llamándolos a despreciar todo lo que es del mundo y a seguirle en la pobreza y en las demás virtudes, así San Francisco, en el comienzo de la fundación de su Orden, escogió doce compañeros que abrazaron la altísima pobreza.

Y lo mismo que uno de los doce apóstoles de Cristo, reprobado por Dios acabó por ahorcarse, así uno de los doce compañeros de San Francisco, llamado hermano Juan de Cappella, apostató y, por fin, se ahorcó. Lo cual sirve de grande ejemplo y es motivo de humildad y de temor para los elegidos, ya que pone de manifiesto que nadie puede estar seguro de perseverar hasta el fin en la gracia de Dios.

En Alabanza de Cristo. Amén.