viernes, 28 de enero de 2011

"San Antonio y el milagro de los Peces."

Queriendo, Cristo bendito, demostrar la gran santidad de su fidelísimo siervo San Antonio de Padua, y cómo devotamente habían de escuchar su predicación y santa doctrina los animales irracionales, una vez, entre otras, castigó por medio de los peces la estupidez de los infieles y herejes, de la misma manera que antiguamente, en el Viejo Testamento, por boca de la burra, había reprendido la ignorancia de Balaam.
De aqúí que estando una vez, San Antonio, en Rímini, donde había gran multitud de herejes, queriéndoles reducir a la luz de la verdadera fe y al camino de la Verdad, predicóles mucho y discutió con ellos de la fe de Cristo y de la Santa Escritura.

Pero aquéllos, no solamente no asintieron a sus santos razonamientos, más aún, endurecidos y obstinados, no quisieron ni oirle siquiera.

De aquí que San Antonio un día, por divina inspiración, fuese a la orilla del mar, a la boca del río. Y estándose en la ribera, entre el mar y el río, empezó a decir a modo de sermón, de parte de Dios, a los peces:

-"Oíd la Palabra de Dios, peces del mar y del río, pues que los infieles herejes la rehusan."- 

Y dicho que hubo así, vínose hacia él, a la orilla del mar, tanta multitud de peces grandes, pequeños y medianos, que nunca jamás vióse en todo aquel mar, ni en aquel río, una tan grande multitud. Y todos sacaron la cabeza fuera del agua y estaban atentos con grandísima paz y mansedumbre y orden. Pues que delante y más próximos a la ribera estaban los peces más pequeños, y después estaban los medianos; y luego, donde el agua era más profunda, estaban los peces mayores.

Y estando, pues, los peces alojados en tal orden y disposición, San Antonio comenzó a predicarles solemnemente, diciendo así:

-"Hermanos peces, muy obligados estáis, dentro de vuestra posibilidad, a dar gracias a nuestro Creador, el cual os ha dado tan noble elemento para habitación; de tal manera que a gusto vuestro tenéis el agua dulce y salada, y os ha dado muchos refugios para refugiaros contra las tempestades; os ha dado también elemento claro y transparente, y alimento para que podáis vivir. Dios, vuestro Creador, cortés y benigno, cuando os creó os mandó crecer y multiplicaros, y os dió su bendición. Luego, cuando fue el diluvio universal, muriendo todos los demás animales, a vosotros solos reservó Dios sin daño alguno. Además os ha dado aletas para que podáis andar por donde os plazca; a vosotros os fue concedido el conservar a Jonás, profeta, y al tercer día echarlo a tierra sano y salvo. Vosotros ofrecisteis el censo a Nuestro Señor Jesucristo, que él, como pobre, no tenía con qué pagar. Fuisteis alimento del eterno Rey Jesucristo antes y después de la Resurrección por singular misterio. Por todas las cuales cosas estáis muy obligados a alabar y bendecir a Dios, que os ha dado más beneficios que a las demás creaturas.

A estas y semejantes palabras y avisos de San Antonio comenzaron los peces a abrir la boca e inclinar la cabeza. Y con estos y otros signos de reverencia, según la manera posible para ellos, alababan a Dios.

Entonces San Antonio, viendo tanta reverencia de los peces hacia Dios creada, alegróse en espíritu y dijo en alta voz:

-"Bendito sea Dios eterno, porque más le honran los peces que no los hombres herejes, y mejor oyen su palabra los animales irracionales que los hombres infieles."-

Y cuanto más predicaba San Antonio, más crecía la multitud de peces, y ninguno se marchaba del puesto que había tomado. Ante este milagro, fue corriendo el pueblo de la ciudad, entre los cuales entraron también los herejes susodichos, quienes, viendo el milagro tan maravillosos y manifiesto, dolidos en su corazón, echáronse todos a los pies del Santo para oir su palabra. Y San Antonio comenzó a predicar la fe Católica, y tan noblemente predicó, que convirtió a todos aquellos herejes, y los fieles quedaron con grande alegría confortados y fortificados en la santa fe.

Y hecho esto, San Antonio licenció a los peces con la bendición de Dios, y todos se marcharon con maravillosos movimientos de alegría, e igualmente el pueblo.

Después, San Antonio permaneció en Rímini muchos días predicando y recogiendo mucho fruto espiritual de almas.

En alabanza de Cristo. Amén.


jueves, 27 de enero de 2011

"Sobre cómo Dios le habló a Francisco en Espoleto..."

La vida de caballero, le atraía a Francisco. Él vivió en el tiempo de las cruzadas, de los torneos, de las canciones de gesta. ¿Podría llegar él, a ser caballero?


El momento histórico era propicio para sus aspiraciónes. Corrían tiempos de intensa hostilidad entre el Papado y el Imperio Germano, para anexionarse el reino de Sicilia. Y en el final de 1204, vibraba Italia, de euforia bélica. Deseaban terminar de una vez con las ambiciones germanas sobre la isla de Sicilia.


La guerra tomó carácter de cruzada. En todas las ciudades se reclutaban jóvenes que querían defender las tropas del Papa. Este ideal sagrado, prendió también en Asis. Un  gentil hombre Asisiense, llamado Gentile, tomó la iniciativa y preparó una pequeña expedición militar, con lo mejor de la juventud asisiense.


La nobleza de la causa, y la posibilidad de ser armado caballero; despertaron en Francisco sus sueños caballerezcos, y a sus veinticinco años, decidió enlistarse. Pensó que era su gran oportunidad y quería aprovecharla. Quería ir a la guerra, y con la ayuda de Dios, ser armado caballero.


Se preparó, entonces, como el sabía hacerlo cuando quería. Dinero no le faltaba, y le sobraba ambición; así que se equipó magnificamente. Se compró el mejor caballo con su equipo de hierro. A un caballero como él, no le podía faltar un buen escudero, también con su caballo y armas. 


Su padre, lo dejó gastar; puesto que él veía también la oportunidad de alcanzar el título de nobleza que tanto deseaba para su familia. Por el contrario, su madre sufría por su partida. Le parecía que Francisco era demasiado delicado para estar metido en el peligro y en la dureza de la guerra.


Estaba Francisco satisfecho y con grandes ilusiones. Le parecía que todo resutaría fácil y volvería lleno de gloria.(...)


Llegó el día de la partida. Se despidió de sus padres, y en medio de una gran emoción, la pequeña y brillante expedición militar, emprendió la marcha. Al caer la tarde, la expedión llegó a Espoleto, y allí pasaron la noche.


Francisco se sentía débil. La primera jornada, cargado de hierro, no le había sido fácil. Su salud no era vigorosa. A todo esto se unían las emociones de los últimos días: Las dolorosas despedidas, el futuro incierto. Necesitaba descansar. 


Aquella noche, creyó escuchar cláramente una voz que le dijo: "¡Fancisco! ¿A dónde vas?". Él contestó: "A la Puya, a pelear por el Papa". Francisco le explicó con detalle sus planes, sus esperanzas, sus ambiciones de gloria. Al terminar de hablar, la voz le volvió a decir: "Dime: ¿a quién es mejor servir: Al Señor o al criado?". Su respuesta fue inmediata: "Al Señor, por supuesto". A lo que la voz le dijo: "¿Por qué entonces abandonas al Señor por el siervo?"


Al igual que el apóstol Pablo, Francisco se sintió repentinamente iluminado por dentro, pues nunca había escuhado la palabra 'Señor' con aquél acento. Lleno de humildad contestó: "Señor, ¿qué quieres que haga?". Y recibió la respuesta: "Vuelve a tu ciudad, allí conocerás mis planes."


Esta noche en Espoleto es crucial, determinante en la vida de Francisco. Francisco no podía apartar su pensamiento de las palabras que había escuchado, y que para él, estaban llenas de misterio. Se sentía libre, nada le importaba, sólo su Señor.


En alabanza de Cristo. Amén.



miércoles, 26 de enero de 2011

"Los Primeros Doce Compañeros de San Francisco."

Primeramente se ha de considerar que el glorioso messer San Francisco, en todos los hechos de su vida, fue conforme a Cristo bendito; porque lo mismo que Cristo en el comienzo de su predicación escogió doce apóstoles, llamándolos a despreciar todo lo que es del mundo y a seguirle en la pobreza y en las demás virtudes, así San Francisco, en el comienzo de la fundación de su Orden, escogió doce compañeros que abrazaron la altísima pobreza.

Y lo mismo que uno de los doce apóstoles de Cristo, reprobado por Dios acabó por ahorcarse, así uno de los doce compañeros de San Francisco, llamado hermano Juan de Cappella, apostató y, por fin, se ahorcó. Lo cual sirve de grande ejemplo y es motivo de humildad y de temor para los elegidos, ya que pone de manifiesto que nadie puede estar seguro de perseverar hasta el fin en la gracia de Dios.

En Alabanza de Cristo. Amén.